lunes, 12 de septiembre de 2011

Enferma


Ya nos lo advirtieron que no nos libraríamos de una infección o indigestión por el cambio de alimentación o por tomar algo con agua de llave y eso es lo que pensé que tenía cuando empecé con los vómitos, aunque no sabía que podría ser lo que me había sentado mal con todo lo que me había cuidado.

Así que estando en la Patrona, me enfermé y la verdad es que las condiciones del lugar no es que fuesen las mejores: dormía en una casa tipo chabola con placas de hojalata que se tambaleaba cada vez que pasaba el tren, tenía una mascota llamada Cuca, (sí de cucaracha) y cuando no era el gato maullando, eran los perros ladrando o el gallo los que me despertaban. El día lo pasaba en la papelería, donde cocinaban la comida para los migrantes y para nosotros también: una cocina en la calle, con los humos que genera cocinar con leña durante todo el día y rodeada de pollos, perros, etc.  Obviamente tampoco había un baño como tal, si acaso una pequeña letrina y un cubo de agua y otro cubo con agua estancada para ducharte y además en esta zona, el calor era asfixiante, todo ello condiciones idóneas cuando estás enferma vamos.

 Llevaba casi tres días sin nada en el estómago y con nauseas continuas que el ambiente tampoco ayudaba a disipar. Ya no podía aguantar más allí pensé, pero los de Ayuda en Acción tampoco podían venir a buscarme así que me dijeron que fuese al hospital más cercano. Pero a las patronas les parecía una tontería ir al hospital habiendo médicos más cerca, les parecía que desconfiaba de su sistema de salud por insistir en ir al hospital cuando a ellas las curaban en el centro de salud. Así que decidieron llevarme al centro de salud y como la mayoría de ellas no conduce, Guadalupe, que ronda los 55-60 años llamó a su hijo de unos 14-16 años para que me llevase al centro de salud, donde te atienden gratis. Y ahí iba yo, toda débil tumbada en la parte de atrás de un 4x4 conducido por un chaval de unos 16 años sin camiseta y con la música a tope cantando: “súbete la falda, ya sabes lo que quiero, te voy a…” ¡me parecía todo tan subrealista! Al menos hasta que llegué al centro de salud, en donde el médico estuvo como una hora conmigo, pero no me hizo ninguna prueba, estaba charlando, preguntándome cosas sobre mi vida y dándome su número de teléfono para que si necesitaba lo que sea le marcase: si me encontraba mal, si quería tomar unas chelas cuando estuviese mejor…

Total que el médico me recetó un antibiótico de amplio espectro para matar la bacteria que fuese que me estaba haciendo daño y me puso una inyección para los vómitos. Parece que no fue tan mal, porque a la noche pude comer y aguantarlo en el cuerpo y comencé a sentirme menos débil.

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