martes, 30 de agosto de 2011

Tlaxcala y la zona arqueológica perdida

Seguimos en las primeras semanas

La excursión a Tlaxcala merece un post aparte, no porque sea muy grande o preciosa, sino por esas historietas de las que siempre te acuerdas entre risas y vergüenza.
Tlaxcala es una ciudad pequeña, así que decidimos ir a unas ruinas cercanas de las que nos habían hablado, antes de ir a comer y visitar la propia ciudad.
Cada vez que tomamos un camión (así le dicen al autobús), procuramos sentarnos al lado del conductor para que nos avise de cuándo hemos llegado a nuestra parada. Así lo hicimos también esta vez y le pedimos que nos avisara al llegar a las ruinas de Caxcala. Cuando nos bajamos donde nos indicó, sí ponía que había una zona arqueológica aunque el nombre era Xochitecatl. El cartel estaba al principio de una carretera que subía hacia una montaña. Empezamos a subir y vimos que la carretera iba rodeando la montaña pero no veíamos nada en la cima, ni indicaciones, ni absolutamente a nadie. Eider empezó a inquietarse: “aquí no hay nada, yo hasta ahí arriba no subo, que no sabemos cuánto queda, ni si hay algo, además aquí nos puede salir cualquiera…”, pero yo le decía “ya que estamos aquí sigamos un poco”, pero al ver que quedaba más por andar sin ver nada, Eider me dijo que ella no subía. Yo ya no sabía qué hacer, porque saber que hay algo al final del camino y darte media vuelta…entonces ví que en uno de los campos de siembra, había una pareja joven y me acerque a preguntar. Ellos se ofrecieron a subirnos y aunque no soy partidaria de subirme a coches ajenos y menos estando en México, éramos dos, ellos eran un chico y una chica de nuestra edad y si no, no hubiese convencido a Eider de subir andando, así que ahí que fuimos. La pareja nos dejó arriba en menos de 10min, pero allí no había nadie excepto los guardias del sitio, un grupo de hombres que nos miraba de arriba abajo y se reían comentando entre ellos. No es que nos diese mucha seguridad pero entramos a ver la supuesta zona arqueológica. Estábamos dentro cuando viene uno de los guardias.
 Eider: “¿éste a dónde va? ay que viene para aquí y trae algo”
El guardia al acercarse con las llaves: “vengo a enseñarles el museo, que como están sólo ustedes dos, tengo que abrirles” y nos abre la puerta de una caseta y dice que pasemos…
Yo: ya contagiada por la desconfianza, busqué algo con lo que golpear si fuera necesario, le dije al guarda que pasase él delante (eso de que me digan que entre en una caseta sujetando la puerta tras de mí, no me daba buen rollo) y asomé la cabeza viendo que había ventanas que podría romper para salir.
Total que dimos una vuelta ultra rápida por el mini-museo y salimos rapidito, el guarda se despidió y por supuesto, no pasó nada más que paranoias por nuestra cabeza al vernos en una montaña, solas, con un grupo de hombres mexicanos que nos lanzaban miraditas de curiosidad.
Las ruinas, pues efectivamente ruinas porque poco quedaba de ellas, las que si debían merecer la pena eran las del otro lado de la montaña, correspondientes a otro pueblo llamado Caxcala que era las que le habíamos pedido al del autobús que nos indicase, pero nos llevó a las del otro lado que le debían de gustar más a él.



 
















     


   Yo me pasé el camino de vuelta riéndome de nosotras mismas, así que para mí si mereció la pena.

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